Manel Navarro llegó a ser nuestro representante en Eurovisión 2017 de la misma manera en la que pasan las cosas en este país: tirando de contactos. El público, los eurofans, votaron (y pagaron) para que fueran otras dos canciones, pero el jurado uso su bala dorada para hacer valer su interés en contra de lo que quería el pueblo y terminamos llevando esta aberración de canción (y por qué no decirlo, a unos flojos intérpretes y maleducados-chulos como pocos) a competir. El resultado ha sido el que esperábamos algunos: los últimos con cero puntos. Luego imaginé que TVE habría hecho los deberes y destinaría (supuestamente, son sólo imaginaciones mías) un presupuestillo para que tuviéramos votos pagados desde otros países. Sea como fuere, ahí que tuvimos esos 5 puntos del televoto… pero el ridículo ya nos lo habíamos ganado. A pulso.
En España hace tiempo que toleramos la corrupción, el tráfico de intereses, el colegueo… aplaudimos al listillo, al chulo… los jóvenes quieren ser por encima de todo «tronistas» o famosos por el simple hecho de ser conocidos por la calle, por el dinero bien fácil, por el ligue rápido… y creemos que no se puede hacer nada. Nos falta dinero para sanidad, pero no se eliminan las pensiones vitalicias de los políticos, el exceso de coches oficiales, la incompatibilidad de percibir una pensión política con un cargo en la empresa privada… pero no hacemos nada, porque creemos que no se puede hacer nada. Y creo que estamos equivocados, pero no sé cómo cambiarlo. Lo que hemos llevado a Eurovision es un reflejo de nuestra sociedad, una canción mala hecha como creemos que la quieren allí, una canción fácil, un artista fácil como lo son los tronistas (sin anabolizantes, eso sí), y que ha llegado allí a «vivir la experiencia» y a «empezar ahora su carrera» a golpe de contacto (dicen que su madre es no se qué de TVE o de una discográfica, aunque la verdad, da igual).
Pero lo mejor de este festival ha sido, con creces, la canción ganadora. Portugal ha ganado con una canción que no es festivalera sino «sentida» (que te puede gustar más o menos, a mí un poco menos) y con un intérprete «raruno», pero con sentimiento, que además tuvo el detalle de decir en el discurso lo que muchos sentimos: que la música no es fuegos artificiales sino sentimiento y arte. Y que se coronó sacando a su hermana, la compositora de la canción, a cantarla con él.
A mí, que siento la música como el arte que es, me llenó «de orgullo y satisfacción» que por fin Eurovision haya cambiado para volver a los orígenes, a buscar la esencia del mismo y a no premiar a puesta en escena y si a una canción. Yo lo llevo pidiendo desde 2010.
Ahora sólo deseo que a Manel Navarro le espere una corta carrera musical, porque es lo que se ha ganado. En la vida uno recoge lo que siembra, y él sembró una selección que muchos tildan de tongo, un corte de mangas, un trabajo fácil, un gallo y cero puntos. Ahora debería recoger… pues mira, debería recoger los bártulos y dejar la música, porque hay muchos por ahí que se lo curran de verdad durante años y no tienen lo que Manel ha tenido. Apuesto a que muchos de ellos lo hubiera hecho mucho mejor que él en Kiev.